En las Naciones Unidas están ya en el punto donde están invirtiendo en marketing para intentar trasladar su mensaje a todo tipo de públicos (no es mala idea en absoluto). Igual aún algo les queda, ya que decir que las emisiones son “un megahit candente” no es la mejor traducción para el si bien elegido “Broken record” del título original de este esperado informe de la UNEP, que se mete en profunidad a analizar qué es lo que el planeta necesita para alcanzar no superar los 1.5ºC que nos marcamos en Paris allá en 2015.
Antes de nada cabe preguntarse: ¿Dónde nos encontramos?
Pues preocupantemente cerca. De los 365 días de este último año, 86 ya superaron los 1.5ºC, lo cual cumple con los modelos más pesimistas. Septiembre fue el mes más caluroso de la historia recogida (ten en cuenta que cuando aquí es verano, en el sur del planeta es invierno), llegando a los 1.8ºC de aumento.
Las emisiones crecieron en 2022 (no hay datos fiables aún de 2023), superando ya con creces los datos pre-Covid-19, con claro origen proveniente de combustibles fósiles, lo cual es uno de los aspectos que más crítica internacional está generando, ya que muchas de las grandes petroleras y países tienen grandes proyectos de expansión para seguir extrayendo este tipo de carburantes.
El informe destaca que las emisiones per cápita varían mucho entre diferentes países, siendo especialmente altos en países como EEUU o Rusia y especialmente bajos en India, que recientemente se ha convertido en el país más poblado del mundo. También quedan reflejadas importantes desigualdades no solamente a nivel de país, sino a nivel de riqueza, donde el 10% más rico contribuye significativamente más que el 50% más pobre de la población mundial. Si estás leyendo esto, probablemente te encuentres en ese 10%. Si le sumas que el 80% de las emisiones históricas provienen de países del G20, podrás entender por qué en Europa nos estamos poniendo las pilas primero (que es una crítica típica donde nos quejamos de lo injusto que es nuestra regulación comparada con la de otros países más pobres).
El informe se mete más a detalle sobre los famosos NDCs (nationally determined contributions) y los avances en este sentido, que por resumirte en dos palabras: van lentos. El main takeaway es que las políticas y las promesas van mejorando, pero requieren aún mucho empuje y esfuerzo para tener posibilidades de alcanzar los objetivos. A estas alturas, 97 de los firmantes del acuerdo de Paris (de unos 194) han adoptado compromisos de alcanzar emisiones netas cero, representando el 81% de las emisiones globales. Este hecho, que resulta increíblemente insuficiente a estas alturas, se podría catalogar por otro lado como un éxito sin precedentes en derecho internacional. Aunque estando como estamos… todavía se queda muy corto y hay que seguir remando. Sobre todo cuando por ahora solo son leyes o compromisos y falta implementarlos.
Uno de los puntos que más preocupa, es que la brecha de emisiones, que se define como la diferencia entre las emisiones globales estimadas resultantes de la plena implementación de las Contribuciones Nacionalmente Determinadas (NDC) y hacia dónde deberían estar para limitar el calentamiento a 1.5°C, es aun enorme. Aún con la implementación de las políticas y compromisos actuales, nos dirigimos a 2,5º-2,9ºC de calentamiento. Uno de los mensajes clave de este informe es el siguiente: Aún necesitamos una reducción del 42% de las emisiones para 2030 para mantenernos por debajo del objetivo de 1.5ºC de Paris, que recordamos que se definió como el límite del aumento global temperatura considerado como “aceptablemente seguro” para el ser humano.
Traducido para todos los públicos: o nos ponemos las pilas y conseguimos acelerar el cambio, o lo vamos a pasar muy mal. Y para ello necesitamos un entendimiento y colaboración sin precedentes entre todos los países (no hay margen para negacionistas). La energía sigue siendo el máximo exponente de todas las emisiones y con las reducciones comprometidas en el sector, seguimos muy por debajo del objetivo.
El gráfico siguiente quizás sea el más interesante y con el que voy a terminar esta especie de resumen ejecutivo que os he traído, ya que indica el promedio ponderado del coste de proyectos en relación con la renta per capita de cada país. Lo que muestra es que los países con mayores ingresos per capita suelen tener que invertir porcentualmente mucho menos que los países más pobres para poder desarrollar estos proyectos. Esto tiene dos implicaciones:
- Que los países ricos deben llevar la delantera, ya que tienen más medios para poder liderar la transición
- Los países más pobres, requerirán si o si ayuda financiera para poder llevar a cabo la transición hacia modelos sostenibles y poder desarrollar las infraestructuras necesarias.
La responsabilidad y el entendimiento de la situación por parte de nuestros dirigentes y por diferido de nuestra sociedad, marcará nuestra capacidad de hacer los sacrificios necesarios en aras de un interés compartido de todas las naciones que poblamos este planeta. Más allá del obvio compromiso por las generaciones futuras, el coste económico, social y de vidas de la inacción climática (o la acción tardía) ya es palpable en todo el mundo, aunque por supuesto los primeros en sufrirlo serán aquellas personas y naciones más vulnerables. Falta mucho por lograr, pero los avances son esperanzadores y nos encontramos en la década probablemente más decisiva de la historia, aunque cueste verlo en estos momentos. El liderazgo y la responsabilidad irán de la mano, o no irán.